Maísa no podía desprender los ojos de aquella criatura, ahora envuelta en una extraña película mucosa.
Perdió la noción del tiempo que se quedó allí. Todos los días, ella dormía durante toda la noche, bebía el rocío de la mañana que quedaba en las hojas, el néctar de las flores. Ella, aun siendo una cucaracha, estaba literalmente teniendo la vida que pidió a DIOS. Y por supuesto, no quería salir de la planta en que estaba, quería saber lo que iba a suceder con aquella interesante criatura.
Pasado el tiempo, una pequeña hendidura se abrió y algo comenzó a salir de dentro de la pequeña casa de la criatura. Estaba saliendo una criatura aún más extraña que la primera. Estaba asustada, pero Maísa no podía despegar los ojos de aquella criatura que no tenía nada que ver con la otra.
Maísa se sorprendió, ya que cuando pequeña, era parecida a lo que era actualmente cuando salió del huevo de su madre, pero nunca había pasado por tamaña transformación.